José Sánchez Arévalo
En Jesús María Bolívar, señor del tiempo, encontramos los
saltos de un potro. Ese hombre no adivina su sombra en los caminos, cabalga a
lomo de la vida, domándola. Porque el tiempo no es obstáculo para quien los
años van en pos de él. Son cien años de un vivir a espaldas de la soledad, esta
jamás pudo penetrar en su aposento.
Tiempo indetenible, con jugador de las horas, transcurso de
un siglo que se le ha hecho pequeño; que no ha vivido, que no ha experimentado
una existencia como la de don Jesús, laboriosa, o como él mismo dice: “mis años
son mis mejores aliados”. Anda siempre por las calles de San Francisco de Asís con
ese caminar pausado, como esperando encontrar algo que lo termine de
sorprender.
Ensalmador, jugador en los campos. Su vida no se le ha
escapado por los vericuetos de la indiferencia hacia un pueblo con el cual creció,
y así funda entre otros La Sociedad Benéfica San Francisco, por allá por el año
23, y es pionero del béisbol desde 1932. Hombre de polvo y tabaco, hierbas y
protagonista contra la langosta. El eclipse de sol y ver convertirse “Garabato”
en San Francisco de Asís. Se pasea por la vida con una memoria insólita, de
asombro por lo preciso. De mirada clara, al uso de los ojos, y al uso de la
conciencia.
De familia larga, don Jesús María Bolívar representa la
reverencia y el respeto. Es el sabedor de la historia del pueblo.
Cien años parecen nada diciéndolo con ligereza e
indiferencia, pero cuando vemos a Jesús y retrocedemos en el tiempo, quedamos
perplejos ante tanta memoria recogida en un solo ser.
Es un hombre sencillo. Al preguntársele que piensa de la
vida, responde siempre jocosamente: “La vida, chico, soy yo, porque no conozco
otra”
Y así el madrugador del tiempo, avaro de enfermedades, sigue
su tránsito, inmutable, desentreñador de un siglo y en pos de otro que tal vez
no lo asombre.
Don Jesús María Bolívar. |
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