José Sánchez Arévalo
Lejos como un viaje sin medir el camino, su mirada se
sorprende en ella multiplicando los signos del silencio. Inmensa donde alcanza
el fulgor sin necesidad de espacio, sin saber que se pierde en la nada.
Rostro transmigrando en entre milenarias savias, añorando
dioses detrás de los destellos del sol, aprehendiendo otras miradas que se
asoman y detienen por explanadas de piel facial con velocidad de sueño. Plena y
circunstancial, un esbozo de nostalgia prendido se consuma en las horas de incierta
soledad, depositado en el transporte de la ternura que nos asombra.
En sus ojos, volátil, bebemos su sonrisa, y en la pulpa de
sus labios palpamos los orígenes. Su belleza comienza en un ritual silencioso y
solitario de caricias, sin ninguna incertidumbre, suscitando la luz: ingenua
que se abre paso por entre sombras desnudando la noche esperada.
Más allá, el semblante haciéndose mirada anhela límpidos
cielos sosteniendo constelaciones en busca de lo infinito. Y desviste su mirar
dibujando enigmas en trazos de rostro, señalando hacia tierras inexploradas. Un ceremonial palpitante guarda sus pupilas para encender el hambre de nuevos misterios.
Invoca lejanos horizontes y así no huy n los pájaros
extraviados por su vago; resplandor que proviene del fuego íntimo anidado en
sus ojos. Es la maga enloqueciendo a sus
sacerdotes detrás del velo litúrgico en sus templos en flor, altiva hasta
apaciguar a los espíritus desbocados con su dulce y vital juventud. Arrebol de
cristalina. Circe,. planta en la tierra fértil de los sueños sus secretos
cubiertos del follaje intrincado, erigiendo su perfil a la luz del sol.
Pareciera surgir desde una empinada cumbre para cruzar
ignotos paisajes como una abeja que abandona un lirio ahíta de polen; frágil
de tanto viajar hacia países de dudas. Pero su tímida mirada profunda se
insinúa en el susurro de la brisa que le suelta el cabello y le hace leve una
guedeja negra.
Del rostro de. mujer se desprende un fresco olor a azahares
y eleva en aliento tibio un rumor a besos en la fronda imaginada. Toda la
inefable sensibilidad aviva un canto prodigioso que corean ángeles miríficos que
aprisionan la atención de quienes los oigan en el rostro de Katina, como una
invitación de sirena, a ir juntos por océanos de pupilas tranquilas sin ningún
presentimiento temperando la alternancia de la vida. La vemos y leemos como un
libro porque en los ojos abiertos de la hermosa, al sumergirnos en su éxtasis,
ambicionamos el alma, y en sus labios púrpura, ansiamos anclar el recuerdo que
nos anonada, que nos duele.
Rostro y mirada proseguirán su travesía en su recóndita
serenidad de luna soñadora en estación florida migrando en sueños, bosquejando
duendes inmortales habitando sus ojos, alumbrando todos los pasos “en un exceso
de amor y de luz”.
San Francisco de Asís
En el día 4 de noviembre. Año del Señor de 2004.
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